29 de noviembre de 2008

La sociedad asustada

El cambio del lenguaje, sobre todo el que llega por los medios de comunicación, es importante porque indica cambios en la mentalidad y en las actitudes.
Antes, se hablaba de verano caluroso, hoy se advierte sobre la llegada de una peligrosa ola de calor, ante la que está todo el mundo alerta como la llegada de un huracán.
Lo que era el frío del invierno, ahora es una ola de frío, cuyo anuncio se acompaña de la noticia de los lugares más fríos en las horas más frías, con imágenes de hielos polares que aquí sólo pueden ser apreciados en las películas.
Parece que ahora las sequías son más secas que nunca y las lluvias más torrenciales y aparatosas que en otros momentos de la historia. Ante cualquier cambio, sea este meteorológico, social o cultural, hay una palabra emblemática: estado de alerta.
Lo que pueden ser algunos casos de una enfermedad se convierte en una epidemia; incluso la posibilidad de una enfermedad es una posible pandemia. Constantemente se anima a la gente a tomar precauciones: ante los robos, ante los alimentos, ante los microbios, ante los demás. Se intenta conseguir una seguridad total que no existe y se establece un estado de alarma y miedo, que sí es muy real. Sin embargo, se olvida que la vida tiene una componente de riesgo, de inseguridad que no puede soslayarse.
El riesgo es una consecuencia de condición de seres libres que posee el género humano. No es una cuestión de moda, cultura o mentalidad. Es algo inherente a la naturaleza de seres que viven en el mundo. La seguridad total es una utopía que produce un poco de miedo; pero, si existiera, sería paralizante.
De forma especial, en el mundo de la economía y los negocios, pero también en cualquier iniciativa social o cultural, no hay acción sin creación y no hay creación sin riesgo.
La actitud del emprendedor, en el amplio sentido de la palabra, podría definirse con esta sencilla fórmula: no hay creación sin riesgo, un riesgo inteligente.

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