13 de septiembre de 2008

Algo late, algo tiembla

La gestión de la Presidenta ha quedará en el imaginario colectivo como la mera continuidad de la de su esposo, porque se incumplió una promesa electoral y mucha gente ha comprobado que ni "el cambio recién empieza" ni que tampoco Cristina demostró una permanente preocupación por ser más apegada a las reglas y consciente de que el mundo está allí afuera, tal como se la presentaba en la campaña. Algunos apostaban a que la nueva etapa iba a mejorar la justicia de una distribución del ingreso más equitativa, bandera del progresismo, pero la percepción indica que los pobres siguen estando hundidos, en un país de dirigentes políticos inmensamente ricos.




Los derroches fiscales, sobre todo después del festival de gasto electoralista que se vivió en 2007, son notorios. La extrema presión impositiva y el destino poco claro de los recursos, la más grande protesta del campo de la historia, que fue acompañada por las clases medias y que terminó con una derrota legislativa muy traumática para el Gobierno, generó un mazazo para la imagen presidencial. Cada vez que aparece una medición del índicie de inflación la indignación de la gente es manifiesta, indignación que no pudo contrarrestar la aparición ante la prensa de las dos funcionarias responsables del INDEC, quienes no pudieron presentar ni siquiera una sola planilla con la metodología que usa el organismo. Pero la degradación de la confianza en el Gobierno no se ha producido sólo por la inoperancia en la reducción inflacionaria a través de un sistema anclado en obsoletos conceptos de controles de precios sino que el colmo del delirio ha sido que para convalidar esa metodología tan primitiva a nadie se le haya ocurrido un sistema mejor que el de falsear las estadísticas. El índice de precios se da de patadas a diario con la sensación del propio bolsillo de los consumidores. Claro que la baja de la inflación medida por los índices oficiales de las canastas distorsiona también las estadísticas sobre pobreza e indigencia, número que, de aplicarse las mediciones del sector privado, crecería muchísimo y haría dudar de la vocación de inclusión que de modo permanente declama el Gobierno.
Otra de las cosas que ya no se ocultan, es que a partir de menores índices se aseguran menores pagos en los títulos que ajustan por inflación. Aquí también, el engaño impacta de lleno en los bolsillos de muchos argentinos, quienes en su mayor parte tienen bonos a través de las AFJP, lo que vuelve a ser una estafa para cubrir los ahorros jubilatorios frente a la inflación, más allá de la calificación de "default encubierto" que se le brinda a la situación. Por otra parte el caso del valijero venezolano Guido Alejandro Antonini Wilson no podía tener otra interpretación para el gran público que Chávez fue quien financió, con plata negra para las leyes argentinas, la campaña de Cristina. Pese a ello, los ministros que han salido a defender la situación no se han mostrado demasiado convincentes en sus argumentos, desde que para Sergio Massa, Antonini es un "delincuente", calificativo que habrá que probar y que, en todo caso, dispara la pregunta sobre qué hacia un delincuente en un avión alquilado por el gobierno argentino, hasta el que "nunca estuvo en la Casa Rosada" reunido con Claudio Uberti y Julio De Vido, tal como ha asegurado con vehemencia Aníbal Fernández, sin tomar en cuenta que Victoria Bereziuk, una de las tripulantes del avión, ha dicho en sede judicial que el venezolano había conversado con ella en la recepción al presidente Hugo Chávez. Los mandobles que ha recibido el Gobierno estos días por esta cuestión parece que no cederán, ya que el propio Antonini amenaza declarar y entonces es posible que se develen otros entretelones adicionales, como por ejemplo quien fue el funcionario argentino que viajó a Caracas para arreglar la situación y si es verdad que en ese vuelo venían otras valijas que habrían pasado esa madrugada por la Aduana
En medio del caso Antonini, la situación en Bolivia se ha desmadrado hacia la tragedia de una cuasi guerra civil, con expulsión incluida del embajador estadounidense, algo que replicó Chávez en Venezuela.
Por supuesto que el gobierno argentino aprovechó la situación para fustigar a los EE.UU., aunque guardando las formas de una nota diplomática bien dura que apunta al FBI como brazo del gobierno de ese país.
Quizás Cristina debería plantearse hoy con toda frialdad tres o cuatro puntos clave para mejorar el clima de la economía y enderezar la situación política, como por ejemplo armar un equipo económico de verdad, rehacer el INDEC de modo transparente, hacer un Presupuesto realista que controle el exceso de gastos con baja de subsidios en transporte y energía. Aún si logra recomponer la situación, el grave problema para el Gobierno será si por imperio de las circunstancias, de su ideología o de su naturaleza tiene una recaída y siente, antes que la misión de asegurar un mejor futuro para todos, la necesidad de volver a las andadas con la construcción de nuevas trampas.

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